la perversión de la crueldad
La restauración iba bien pero al inspeccionar las obras con sus gafas de aumento miró por casualidad su imagen de cerca. Se sobresaltó. Reculó, parpadeó, se tragó una buena cantidad de vino y volvió a mirar.
El rostro en la pared seguía siendo el suyo pero pervertido. Sus mejillas eran gordas y porcinas, su sonrisa una mueca depravada. Tenía un aspecto de suprema malignidad. Inquieto rodeó el tanque para inspeccionar los demás castillos. Cada uno era diferente, pero en el fondo era lo mismo.
Los naranjas se habían ahorrado los pequeños detalles pero el resultado seguía siendo monstruoso aborrecible: una boca brutal y unos ojos carentes de inteligencia. Los rojos le habían dotado de una sonrisa satánica, crispada. Las comisuras de los labios caían en un gesto extraño, desagradable. Los blancos, sus favoritos, habían tallado un cruel dios idiota.
George R. R. Martin, Los reyes de la arena
Leer buenos libros
¿La ciencia ficción? Me gusta por supuesto, pero sólo la mala. No tanto la mala como falsa. Siempre llevo a mano algo así cuando vuelo, algo que te permita leer un par de páginas y luego dejarlo. También leo buenos libros, claro, pero sólo durante las estancias en la Tierra. ¿Por qué? A decir verdad, no lo sé muy bien. Nunca me he parado a pensarlo. Los buenos libros dicen siempre la verdad, aunque describan cosas que nunca hayan sucedido ni nunca vayan a suceder. Son verdaderos en un sentido diferente. Si describen el espacio exterior, por ejemplo, te hacen sentir el silencio, tan completamente distinto al terrestre, y la ausencia de vida.
Más relatos del piloto Pirx, Stanislaw Lem
Aprender a volar
Con piernas vacilantes Anton se subió igualmente al escritorio y extendió los brazos.
– ¡Y ahora… a volar! -ordenó el vampiro.
-¡No puedo!
-¡Claro que puedes! ¡Solo tienes que querer!
De pronto a Anton le dio lo mismo estrellarse de cabeza contra el suelo sólo con tal de hacer ver al vampiro que él, Anton, tenía razón: ¡Los seres humanos no vuelan!
Dio, pues, un largo salto hacia el centro de la habitación…, ¡y voló! ¡El aire lo sostenía! ¡Era una sensación como la que se siente al bucear…, sólo que mucho, mucho más hermosa!
El pequeño vampiro, Angela Sommer-Bodenburg
Argos